Quiero compartir con mis eventuales lectores dos experiencias en las cuales estuvo presente, de una u otra forma, la guía de las Páginas Amarillas de Telefónica.
UNA VISITA INESPERADAPor la década de los 90 yo vivía en un barrio que podría definirse como popular, donde todos se conocen y la gente se saluda con afecto. Sea verano o invierno, los jóvenes se reunían en las esquinas para intercambiar experiencias, bromas y sentir esa libertad que daba tener toda la vida por delante. Recuerdo que una noche de verano, durante las vacaciones, estaba sentado con Carlos y Rodrigo en el pequeño muro que daba al jardín de mi casa. Los tres estudiábamos, pero el menos entusiasta en materia de libros era Carlos. El prefería saltarse algunas clases y vagar por la universidad en busca de chicas. Su afición por las mujeres, las fiestas y las aventuras lo había alejado algo de nosotros, pero el aprecio se mantenía igual, y cada vez que nos encontrábamos en esas noches de libertad la pasábamos bien.

Le preguntamos a Carlos si seguía con esa linda muchacha de pelo castaño con la que lo habíamos visto algunas veces y nos dijo, un poco incomodo, que dejó de frecuentarla pues ella decidió retornar con su antiguo enamorado. Le pedimos más detalles del rompimiento y nos contó que cuando empezó a salir con ella, luego de una fiesta de la facultad, Lourdes, así se llamaba, no le había dicho toda la verdad respecto a su anterior pareja. En el tiempo que empezó a salir con Carlos, Lourdes siguió manteniendo una relación distante con Hernan, un tipo algunos años mayor que nosotros que por razones de trabajo vivía en el sur del pais y retornaba a Lima cada dos o tres semanas.
Contó que una noche, saliendo del cine, el tal Hernán apareció de la nada y se dirigió a Lourdes con palabras fuertes, llamándola mentirosa, aventurera y traidora. El asunto se puso muy desagradable y Carlos nos dijo que no tenía la menor idea de lo que sucedía. En medio de los gritos, empujones y amagues de golpes, Carlos pudo entender algo de la situación. Desconcertado, tuvo que ver como Lourdes se iba con Hernan, quien, mientras se alejaba, le dijo en tono amenazador que se las pagaría por lo que hizo. Pusimos cara de circunstancias y tratamos de consolarlo diciéndole que se olvidara del asunto. Total, mujeres había por montones y que fue muy afortunado de que Hernan no le pegara. Mientras nos reíamos de sus desventuras, un carro se estacionó frente a nosotros. De él bajaron dos hombre de regular estatura, acercándose a nosotros. Pensé que buscaban alguna dirección cuando uno de ellos dijo, dirigiéndose a mi amigo:
- Tú eres Carlos, ¿no?
Hubo un silencio inquietante y Carlos respondió:
- Si, soy Carlos, y tú eres Hernan.
Ni bien terminó de decir eso, Hernán cayó sobre él a golpes, empujándolo sobre el muro y rodando ambos hacia el jardín. Nos acercamos a separarlos, pero el acompañante del humillado y ofendido Hernán se trenzó con Rodrigo. Ahí estaba yo, parado frente a dos peleas sin saber que hacer. Traté de meterle unos golpes al tal Hernán, pero debido a mi endeble condición física fue como sacarle la caspa de los hombros. Mientras Rodrigo y el otro gorila hacían fintas y se lanzaban esporádicos golpes, veía que Hernan tenía a Carlos sometido bajo una rodilla y descargaba sobre él golpes bastante efectivos que Carlos, a duras penas, evitaba. Busqué a mi alrededor alguna herramienta que me sirviera, sin resultados. Como suele ocurrir, cuando necesitas un palo o una piedra, nunca la encuentras. Entré corriendo a mi casa en busca de algo que me sirviera para detener, o al menos emparejar, la pelea. Lo primero que encontré en la salita de entrada fue la guía de las Páginas Amarillas de Telefónica. Sin pensarlo dos veces la tomé y salí con el poderoso tomo entre las manos. En la calle la situación se estaba poniendo más fea: si bien Rodrigo mantenía a raya al intruso, Carlos trataba de zafar su cabeza del brazo del vengativo Hernán, quien al parecer intentaba separarla del resto de su cuerpo. Todo fue cuestión de segundos. Me puse detrás de Hernán y levante la guía de las Páginas Amarillas de Telefónica lo mas alto que pude y la dejé caer con todas mis fuerzas sobre su nuca. El sonido fue espectacular, como el de un tambor que marcaba el final de un concierto. Hernán dejó de estrangular a Carlos, se quedo inmóvil un instante y cayo sobre la vereda como un muñeco de trapo, desmayado por el golpe recibido. Fuera de combate Hernan, nos dirigimos hacia Rodrigo, que si bien no necesitaba mayor ayuda, con nuestra intervención sometimos a su atacante rápidamente. A empujones lo llevamos junto a Hernán, quien empezaba a recobrar el conocimiento.
-¿Estás bien?- le pregunté un poco preocupado.
-¿Con qué me golpeaste?- respondió Hernan mientras se sobaba la nuca con resignación.
Le mostré la guía de la Páginas Amarillas de Telefónica.
-¡Ah!- exclamó-. Con razón.
Sí, -le dije -, nunca sabes cuándo te puede sacar de un apuro.
Inesperadamente, Hernan se rió de mi ocurrencia. Su risa provocó las nuestras y la situación se relajó y al final las cosas se calmaron. Las disculpas y explicaciones del caso se dieron y luego de unos minutos los agresores se fueron. Han pasado los años y cada vez que me encuentro con mis amigos la anécdota surge inevitablemente en la conversación.Todos celebran mi intervención y cómo, la poderosa guía de la Paginas Amarillas de Telefónica, salvó la cabeza de mi estimado amigo Carlos. Desde esa vez. siempre procuro tener la guía a la mano ante la posibilidad de una nueva emergencia.
LOS DATOSEsto me ocurrió hace unos años. Llegué a casa y como ocurre todos los meses, encontré bajo mi puerta el recibo de Telefónica. Al abrirlo me di con una desagradable sorpresa: la cifra facturada era enorme y casi todo el monto correspondía a llamadas que alguien había efectuado a Costa Rica. En mi casa sólo tenemos familiares y amigos en los EE.UU, así que esas llamadas, constantes y prolongadas, no podían ser realizadas por alguien de mi familia. Sin embargo, hice la consulta de todas formas y la respuesta fue la que esperaba: nadie llamo a Costa Rica pues sencillamente no conocemos a nadie ahí. Por otro lado, era imposible que alguna persona, ajena a la familia, hubiera hecho esas llamadas sin nuestro consentimiento.

Descartados los sospechosos, sólo quedó como conclusión que se trataba de un error de Telefónica. Llamé al servicio de atención al cliente y expuse mi reclamo. La señorita. muy amablemente, me dijo que lo sentía mucho, pero en su registro aparecían esas llamadas y que mientras no pagara, el reclamo no podría ser atendido. Entonces recordé lo que vi en algunos espacios periodísticos sobre casos similares. Busque la guía de las Páginas Amarillas de Telefónica y encontré el número y la dirección de OSIPTEL, el Organismo Supervisor de Inversión Privada en Telecomunicaciones. Me comunique con ellos y me invitaron a presentar mi reclamo en sus oficinas. Después de un tiempo de investigación, Telefónica me dio la razón y pude recuperar mi dinero, que sin duda hubiera perdido si no encontraba en la guía de las Páginas Amarillas, ese útil aviso de OSIPTEL. ¡Gracias Páginas Amarillas!.
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